Un famoso filósofo de nuestro tiempo ha afirmado que la pregunta más importante y radical que nos podemos hacer es la siguiente: «¿Por qué el ser, y no más bien la nada?».
Dicho con otras palabras: ¿Hay algún motivo, razón o explicación para que exista el universo visible, cuya riqueza y perfección la ciencia está solamente comenzando a atisbar? ¿Cómo se explica la vida y su prodigiosa variedad en el mundo vegetal y animal? ¿De dónde procede el ser humano, persona inteligente y libre?
La Biblia comienza por unas palabras altamente reveladoras: “En el principio Dios creó el cielo y la tierra” (Génesis 1, 1). Con ello se indica que el Dios eterno ha dado principio a todo cuanto existe además de Él (hay que tener en cuenta que la expresión hebrea de el cielo y la tierra expresa la totalidad de las realidades existentes). Esta revelación bíblica viene complementada por numerosos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, que manifiestan la acción creadora de Dios Padre, por su Hijo que es la Sabiduría personal de Dios: “En Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra (…); todo fue creado por Él y para Él, Él existe con anterioridad a todo y todo tiene en Él su consistencia” (Colosenses 1, 16-17). A la vez el Credo de Nicea-Constantinopla afirma que la tercera Persona divina, el Espíritu Santo es “dador de vida” y el himno litúrgico Veni, Creator Spiritus le llama “Espíritu Creador”. San Ireneo de Lyon recoge ya en el siglo II la Tradición cristiana, cuando asevera: “Sólo existe un Dios…: es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo (…), por el Hijo y el Espíritu” que son como “sus manos”.
¿Existe un motivo para esta acción creadora? Ciertamente. El Concilio Vaticano I lo expresó diciendo que: “El mundo ha sido creado para la gloria de Dios”. ¿Qué se entiende con esta expresión tradicional? Que el motivo de la creación no es ajeno a Dios mismo, no está subordinado a nada ni a nadie, sino que encuentra sus raíces en su propia sabiduría y amor. Tal como escribió bellamente Santo Tomás de Aquino: “Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas”. Es un motivo plenamente generoso y desinteresado. Hablando con propiedad Dios no ganaba nada al crearnos, ninguna perfección que no tuviera ya; en cambio nosotros lo ganábamos todo. Con palabras del aludido Concilio: “En su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirir su perfección, sino para manifestarla por los bienes que otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios, en su libérrimo designio, en el comienzo del tiempo, creó de la nada a la vez una y otra criatura, la espiritual y la corporal”.
Ese es el motivo de la creación: “La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado (…). El fin último de la creación es que Dios, Creador de todos los seres, se hace por fin «todo en todas las cosas» (1 Corintios 15, 28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 294).
Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)