El matrimonio tiene un recorrido temporal, desde su preparación hasta la fundación y prosecución de la familia. “A la luz de la fe y en virtud de la esperanza, la familia cristiana participa, en comunión con la Iglesia, en la experiencia de la peregrinación terrena hacia la plena revelación y realización del Reino de Dios” (SAN JUAN PABLO II. Exhort. Apost. Familiaris consortio, n. 65).
La preparación para asumir la vida matrimonial tiene gran importancia, especialmente hoy en día cuando faltan muchas veces los parámetros familiares y ambientales que puedan ayudar a los futuros esposos. “La preparación remota comienza desde la infancia, en la juiciosa pedagogía familiar… Sobre esta base se programará después, en plan amplio, la preparación próxima, la cual comporta —desde la edad oportuna y con una adecuada catequesis, como en un camino catecumenal— una preparación más específica para los sacramentos, como un nuevo descubrimiento” (idem, n. 66).
Cuando falta ya poco tiempo para la celebración del matrimonio es preciso ayudar a los futuros cónyuges a tomar conciencia del significado y los compromisos que van a asumir, de modo maduro y personal, sin ligerezas ni ensueños. “La preparación inmediata a la celebración del sacramento del matrimonio debe tener lugar en los últimos meses y semanas que preceden a las nupcias, como para dar un nuevo significado, nuevo contenido y forma nueva al llamado examen prematrimonial exigido por el derecho canónico. De todos modos, siendo como es siempre necesaria, tal preparación se impone con mayor urgencia para aquellos prometidos que presenten aún carencias y dificultades en la doctrina y en la práctica cristiana” (idem).
La celebración del matrimonio, la boda, tiene a la vez un profundo significado sacramental y social. “En cuanto gesto sacramental de santificación, la celebración del matrimonio —inserida en la liturgia, culmen de toda la acción de la Iglesia y fuente de su fuerza santificadora— debe ser de por sí válida, digna y fructuosa. Se abre aquí un campo amplio para la solicitud pastoral, al objeto de satisfacer ampliamente las exigencias derivadas de la naturaleza del pacto conyugal elevado a sacramento y observar además fielmente la disciplina de la Iglesia en lo referente al libre consentimiento, los impedimentos, la forma canónica y el rito mismo de la celebración” (idem, n. 67).
Aunque la ignorancia es frecuente entre los humanos, tampoco habría que exagerar su existencia en asuntos tan básicos como la realidad matrimonial y familiar. “El sacramento del matrimonio tiene esta peculiaridad respecto a los otros: ser el sacramento de una realidad que existe ya en la economía de la creación; ser el mismo pacto conyugal instituido por el Creador «al principio». La decisión pues del hombre y de la mujer de casarse según este proyecto divino, esto es, la decisión de comprometer en su respectivo consentimiento conyugal toda su vida en un amor indisoluble y en una fidelidad incondicional, implica realmente, aunque no sea de manera plenamente consciente, una actitud de obediencia profunda a la voluntad de Dios, que no puede darse sin su gracia. Ellos quedan ya por tanto inseridos en un verdadero camino de salvación, que la celebración del sacramento y la inmediata preparación a la misma pueden completar y llevar a cabo, dada la rectitud de su intención” (idem, n. 68).
La fuerte motivación sentimental, familiar y social que acompaña al matrimonio no quiere decir que los interesados pasen por alto su significado vital y religioso. “Por tanto, el solo hecho de que en esta petición haya motivos también de carácter social, no justifica un eventual rechazo por parte de los pastores. Por lo demás, como ha enseñado el Concilio Vaticano II, los sacramentos, con las palabras y los elementos rituales nutren y robustecen la fe; la fe hacia la cual están ya orientados en virtud de su rectitud de intención que la gracia de Cristo no deja de favorecer y sostener” (idem).
El acompañamiento a los que se casan no debe implicar ponerles obstáculos ni cortapisas, sino ayudarles a asumir conscientemente una realidad humana y cristiana. “Querer establecer ulteriores criterios de admisión a la celebración eclesial del matrimonio, que debieran tener en cuenta el grado de fe de los que están próximos a contraer matrimonio, comporta además muchos riesgos. En primer lugar el de pronunciar juicios infundados y discriminatorios; el riesgo además de suscitar dudas sobre la validez del matrimonio ya celebrado, con grave daño para la comunidad cristiana y de nuevas inquietudes injustificadas para la conciencia de los esposos; se caería en el peligro de contestar o de poner en duda la sacramentalidad de muchos matrimonios de hermanos separados de la plena comunión con la Iglesia católica, contradiciendo así la tradición eclesial” (idem).
Con la boda termina una etapa y comienza otra mucho más importante: el matrimonio como comunidad de vida y de amor, que se hace familia y se prolonga en los hijos. “El cuidado pastoral de la familia normalmente constituida significa concretamente el compromiso de todos los elementos que componen la comunidad eclesial local en ayudar a la pareja a descubrir y a vivir su nueva vocación y misión… Esto vale sobre todo para las familias jóvenes, las cuales, encontrándose en un contexto de nuevos valores y de nuevas responsabilidades, están más expuestas, especialmente en los primeros años de matrimonio, a eventuales dificultades, como las creadas por la adaptación a la vida en común o por el nacimiento de hijos (idem, n. 69).